En 1963, recibí mi diploma de dibujante de la EPA, la Escuela Panamericana de Arte de Buenos Aires, y empezaba mi verdadero desafío. En Montevideo no había dónde publicar historietas, los diarios solo utilizaban material sindicado y hasta la revista Lunes había cerrado. El País tenía El Escolar ya en una etapa lamentable de lo que había sido cuando lo dirigía Di Candia y había tenido firmas como Emilio Cortinas, Omar Abella, Alberto Monteagudo,José Rivera, etc. Había reducido a la mitad del original (tamaño diario) que había creado el gran Emilio Cortinas, y José Lupinacci era el que hacía todo prácticamente.
De vuelta a mi ciudad de Nueva Palmira y a pesar de la negativa de mi madre que veía el peligro del ambiente político argentino, retorné a Buenos Aires, donde había vivido en el barrio de Pompeya, y fui a la Escuela, donde me llevé la primera decepción: de los 12 famosos solo quedaban solo sus nombres: Pratt había vuelto a Italia, Mottini a Brasil, Freixas a España, Domínguez había partido a EEUU, Roume andaba por Europa y Breccia estaba en otra escuela al igual que Pablo Pereira. Seguía Enrique Vieytes de director. La EPA tenía a un joven Carlos Garaycochea en clases de humor (yo lo había tenido a Narciso Bayón), Daniel Haup en historietas, además de Guillermo Dowbley y otros desconocidos para mí. Pero Dowbley me atendió muy bien y me envió a una agencia de otro de los profesores, quién me dio una tarjeta de presentación para las editoriales de Quinterno y Adolfo Mazzone.
En Quinterno me atendió un afable Eduardo Ferro, el creador de Langostino, que me puso al tanto de la decadencia de Patoruzú semanal y de Patoruzito, que ya daban las últimas bocanadas. Me dió un paseo por la empresa donde ví un gran número de dibujantes haciendo las páginas de dos tiras de esos personajes en la clásica forma americana: uno hacía el lápiz, luego pasaba al letrista y finalmente al entintador.
De todas maneras, Ferro me dió un guión “serio” sobre platos voladores para ilustrar que después salió publicado en un Patoruzito especial, donde se insertaban historietas rehechas de años anteriores con nuevas de dibujantes noveles como yo. No me dejaron poner la firma, tuve que firmar un contrato de cesación de derechos, pero el pago me lo hicieron con un cheque luego que se publicó. No era mucho pero la experiencia me sirvió. ¡Ya estaba en las grandes ligas!
En Mazzone me atendieron muy bien y mi dibujo humorístico me abrió las puertas de sus revistas –publicaban unos cinco títulos con los personajes de Adolfo Mazzone, quién me atendió en persona y hasta me dió una clase de cómo usar mejor la pluma…
Publiqué varias páginas de humor para “Loco Lindo” e historietas para “Cariseca”.
Siempre fui lector de las revistas de Columba y allí fui. Pero Antonio Pressa, que era el director de arte me dijo que ya tenían el plantel completo y sólo si yo seguía el estilo de uno de los consagrados de esa editorial podía quedar “a prueba”, por ejemplo a Dalfiume. Se pagaba por cuadrito, pero era demasiado poco para tanto esfuerzo, además no permitían firmar. El color lo ponían ellos, igual que el texto.Le dí las gracias y seguí viaje. Años después volví acompañando a Edurdo Barreto que se lo presenté a Pressa. Eduardo quedó incorporado siguiendo el estilo de Altuna.
No solo Columba pagaba tan poco, las otras editoriales también tenían esa “condición”,un consagrado podía cobrar hasta 20.000 australes por página, mientras el novato-con mucha suerte- andaría en los 400, lo que no me dejaba margen para vivir dignamente de mi incipiente profesión.
En Montevideo tenía tíos maternos y crucé el charco, hasta que una mañana llegué a El País, donde me atendió Lupinacci pero no había lugar para otro dibujante.Él dibujaba y armaba todo El Escolar. Me dijo que por qué no iba a El Día. Allí fui sin conocer a nadie y preguntando me dijeron que tenían un dibujante que hacía de todo y era José Rivera. De él había visto la tira Ismael y sus dibujos humísticos en Lunes con la firma de Zezé.También algunas tapas en El Escolar. Él trabajaba en horario nocturno y eran las 10 de la mañana recién.
Esa noche lo esperé hasta que apareció. Luego de ver mis dibujos y felicitarme por ellos, me dijo que el diario no necesitaba más dibujantes. No sé si al ver mi cara se apiadó que me dijo que habría una posibilidad muy remota de entrar, ya que él hacía años que no se tomaba una licencia, por lo que iba a conversar con la administración para que al irse él, yo pudiera entrar como suplente, pero que le diera unos días…
A la semana volví y Rivera me presentó al secretario de redacción Fernando Caputti, otra excelente persona, quién me atendió muy bien diciéndome que ya estaba enterado del pedido de Rivera y que habían hecho las gestiones en administración, por lo que yo debía hacer un mes de práctica junto a José para que éste me pusiera al tanto de lo que debía hacer. No sería pago, pero si quedaban conformes yo quedaría como suplente de Rivera y cobraría por dibujo publicado…El trabajo consistía en ilustrar un radiotelegrama humorístico que se publicaba en la portada del diario, luego hacer un dibujo caricaturesco sobre el hecho político del día, lo que debía leer toda la prensa diaria, además de retocar las radiofotos que eran transmitidas por distintas agencias y en aquellos años, venían todas rayadas y a veces no se veía ni la cara del personaje y había que retocarlo con tinta aguada y témpera blanca sin que se notara el emplaste. Era un trabajo de mucha paciencia, pero cuando hay “hambre no hay pan duro” y tuve que hacerlo con las indicaciones pacientes del buen Rivera, que se mandaba unos retoques que parecían ilustraciones hechas por él.
Y el 26 de diciembre de 1965 publiqué mis primeros trabajos en el diario y así durante un mes hasta que volvió Rivera. Pensé que ya me “volaban” y esa noche fui a despedirme, pero me dieron la buena noticia que si me interesaba podía quedar como suplente de Rivera, haciéndolo una vez por semana. No era mucho el pago, pero la cuestión era estar en un medio gráfico y El Día era muy prestigioso, así que acepté.
Al año siguiente apareció “El Día de los Niños”, pero pese a que yo ya me veía dentro del staff, ya había un estudiante de arquitecto con apellido de abolengo, y José Rivera que lo ilustraban.
Rivera se manifestó muy molesto y me dijo que él me había sugerido y mostrado mis ilustraciones, pero le dijeron que esperara, que el promitente arquitecto se iba en pocos meses y allí entraría yo. Y así fue. Y esa fue la mejor etapa de mi vida de dibujante, donde pude dibujar de todo y ser reconocido, e ir aprendiendo con iluminadas mentes que dejaron una huella indeleble en toda una generación.
Al pasar los años, volví varias veces a Buenos Aires, donde seguí colaborando con el nuevo Rico Tipo, que lo dirigía Mazza, en editorial Mopasa publiqué una historieta de un personaje “El Luchador”, sobre lucha libre,pero el problema era el cobro, porque se pagaba después que salía la revista y yo no podía viajar todos los meses, así que por dos veces firmé poderes a dos “amigos” que viajaron y me prometieron cobrar los dibujos. Nunca más cobré esos dibujos y mis amigos nunca me dijeron si llegaron a cobrarlos. En uno de mis tantos viajes, Manuel Ferrer, el creador de Anteojito me quiso contratar para integrar su equipo de animación-yo no quería pasarme la vida dibujando los dibujos de otros, quería hacer los míos, y le propuse mi personaje Bombón, a lo que me contestó: - Pero ¡ es negro!...
En Billiken me quisieron tomar para coordinar la revista, yo insitía en dibujar para la revista, pero ya estaba repleta de enormes firmas- estaban los Breccia y otros grandes. Me obligaban a mudarme a Buenos Aires y el sueldo era bastante bueno, pero yo tenía mi esposa y mi primer hijo y cuando vine a El Día a renunciar, me hicieron ver que era una locura y que acá me iban a poner en caja con un buen sueldo, a pagar las licencias, hogar constituído, aguinaldos,etc. (ya hacía 5 años que estaba en negro), y que me daban más trabajo, pero que no me fuera.
Por teléfono renuncié a Billiken y me quedé en El Día, pero eso es otra historia.
Lamento no poner dibujos que hice en Buenos Aires, pero con tantas mudanzas, se me extraviaron.