XANADU 19

viernes, 1 de junio de 2012

Nuestro Museo del Humor y la Historieta


Un poco de historia...


El jueves 7 de noviembre de 1996 en el Teatro Lavalleja de Minas, en cuyas instalaciones se encuentra "El Museo del Humor y la Historieta" (único museo de estas características en el país y tercero en América) le fueron entregadas medallas "Morosoli" a veteranos y queridos dibujantes como: Angel Umpíerrez, José Rivera, Geoffrey Foladori (premio recibido por su hija en representación) y Jorge Centurión (premio recibido por José Costa en representación).También se entregaron medallas "Morosoli"a los familiares de los dibujantes fallecidos: Emilio Cortinas, Celmar Poumé, Baltasar de Rosa, Oscar Abín, Luis Blanco (Blankito) además de dar sus nombres a distintos espacios del museo. Como broche de oro se bautizó al Museo con el nombre "Julio E. Suárez, PELODURO".



Durante el evento la Administración Nacional de Correos realizó el lanzamiento del sello postal en homenaje a J. E Suárez "Peloduro". Fue la culminación del esfuerzo realizado por la "Fundación Lolita Rubial" en preservar y alentar las artes gráficas en nuestro país desde 1992, año de su fundación. El renovado museo es hoy toda una invitación al disfrute de aquellos que aman el arte del dibujo. En sus salas se exponen obras originales de díbujantes de historietas y caricaturistas de talla como: Barreto, Casinelli, Sabat, Arotxa, Rivera, Daníel Gonzáles, Gezzio, Federici, etc. Es una obligación visitarlo. El Museo del Humor y la Historieta "J. E. SUAREZ PELODURO" es un punto de peregrinaje ineludible para todos los fanáticos del comíc de todas las edades.Otros sellos postales en homenaje a nuestros 
dibujantes : Foladori, Abín y Cortinas.
Julio Suárez (Peloduro)

Revistas de Humor uruguayas



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(Por considerarlo de interés para la historia del humor gráfico en nuestro país, tomé prestado esta nota que escribió mi amigo César Di Candia en un suplemento especial del diario El País en 2003.)

EL HUMORISMO ORIENTAL, UNA HISTORIA POR ESCRIBIRSE 

El cementerio periodístico está lleno
de cadáveres de revistas de humor

No es fácil definir el humorismo. Para algunos consiste en razonar más de lo razonable para así llegar a extremos disparatados
César di Candia
No es fácil entrarle a este engorro del humorismo. Freud, trató de explicarlo en su libro "El chiste y su relación con el inconsciente" hablando de una suerte de triángulo en el que coexisten varias partes: la víctima, el que se burla de la víctima y el que disfruta de esa agresión, porque este testigo se supone a sí mismo libre de todo riesgo. 
Sin embargo la definición del padre del psicoanálisis parece más un golpe de ingenio que una verdad. El humorismo va mucho más allá y no es desatinado pensar que hay muchos más elementos que lo integran: la fundamental, una visión crítica y frecuentemente reflexiva, sobre la sociedad que lo circunda. 
Durante 1974 y en plena vigencia del régimen franquista, una editorial española convocó a varios humoristas y escritores de primera línea y les hizo una suerte de encuesta para que trataran de definir el humorismo. Se trataba de la generación inmediata a la guerra civil y eran profesionales de enorme prestigio como Gila, Perich, Mingote, Chumy Chumez, Forges, Fernando Savater, José María Pemán, Manuel Fraga Iribarne, Gabriel Celaya, Noel Clarasó o Francisco Umbral entre muchos otros. El resultado fue un extenso libro de opiniones sobre el tema que fue llamado ¿Reírse en España? y que tuvo de todo menos un contenido humorístico. 
De ese fracaso se podría inferir que el humorismo no se puede definir con humor. El notorio novelista Paco Umbral, dijo que en España no se practicaba la ironía que es la suprema actividad del alma, sino el sarcasmo, porque los españoles todos eran burros solemnes. "En España tenemos la ironía -Cervantes- y el sarcasmo -Quevedo. Los intelectuales suelen ser irónicos, cervantinos en tanto el pueblo suele ser sarcástico, quevedesco". El dibujante Mingote, luego de recordar lo difícil que era hacer humor en un momento como el que se estaba viviendo, en el que la palabra muslo estaba censurada, dijo que "lo que hace el humorista es razonar un poco más de lo razonable, llegando a extremos disparatados que es lo que provoca la gracia". 
Otro dibujante excepcional, Summers, escribió "un humorista no tiene que tenerle respeto a nada. Nunca se puede hacer humor en favor de alguien. Un chiste es dejar en calzoncillos a alguien que se considera muy importante". Y el poeta Gabriel Celaya, desde un ángulo más militante, no evadió una respuesta que enjuiciaba severamente a los humoristas. "El humorismo es inevitable como un estornudo, pero no se puede decir que sea necesario porque no sirve para nada. El humor siempre es reaccionario. Proporciona buena conciencia a los que presumen de revolucionarios sin serlo de verdad. 
El humor es una evasión". ¿Qué conclusiones sacar de estas y otras cuarenta opiniones más estampadas en el libro de referencia? No demasiadas si se trata de dar una definición. Si algo permanece intacto detrás de estas complejidades es que el humorismo siempre tiende a dar y a formar opinión, trata de ser compasivo pero sin perder agudeza, configura una forma de ver las cosas como si éstas ocurrieran a través de un prisma que deforma y a la vez desnuda.
En el rastreo de los orígenes del humorismo nacional, el primer hallazgo es una humorada: quien inicialmente transitó por ese camino fue alguien de cuya seriedad sus contemporáneos no tenían dudas al punto de haberle encargado la letra del Himno Nacional. Don Francisco Acuña de Figueroa escribió esa suerte de piedra fundamental de la patria en l833, cuando tenía 43 años y también casi conjuntamente, la letra del Himno paraguayo, pero su fama no provenía de la poesía al uso de la época. Era entonces y lo siguió siendo hasta su muerte, un autor de letrillas festivas, epigramas, odas y elegías con las cuales supo tener en jaque a la sociedad de su tiempo, blanco permanente de sus burlas. Hábil para remedar la poesía española de su tiempo ( como su Oda a la Escarlatina o su Apología del Choclo ) los doce volúmenes que componen su obra contienen innumerables muestras de su capacidad satírica. Una de ellas en especial, breve y de un humor grueso, debe haber causado escándalos mayúsculos: en ella denominada Oda al Carajo hace mención en verso de todas las palabras conocidas con las que se solían denominar en aquellos años, al sexo masculino y al femenino.
No fueron esas las únicas manifestaciones escritas capaces de poner en duda la austeridad de los primeros años del patriciado. En l832 se registra la aparición de tres semanarios cómicos: La Matraca, La Diablada y El Domador de ediciones sumamente rústicas. Más importancia tuvo en l855 El Mangangá autodefinido como " periódico de zumba, risa y buen humor redactado por una sociedad de literatos bromistas y tentados de la risa, filósofos por excelencia dispuestos a reirse de todo y hasta de sí mismos." 
Diez años más tarde el semanario Zipi-Zape no vacilaba en calificarse como "periódico dominguero, retrógrado, fanático, atroz, disparatado, pendenciero, atrabiliario y demagógico." En la segunda mitad del siglo pasado el periodismo satírico experimentó un auge desproporcionado con el tamaño del país. Los que nacieron y cerraron al poco tiempo- una vieja costumbre de los órganos humorísticos uruguayos- fueron muchos e imposibles de detallar. Las características de esas formas de humor se fueron perfilando desde entonces como compañeras inseparables de las conductas de los gobiernos, alentando intenciones políticas o sociales, una característica que aún perdura. Algunos de sus títulos eran más que definitorios: El Candil (l890), El Buscapiés (l888), El Garrote (l89l), La Langosta (l893), Figuras y figurones (l882), El pobrecito hablador (l894), La Tormenta (l894) y Sancho Panza. Los agitados años que precedieron a la Revolución del 97 y aún los posteriores, vieron el nacimiento de revistas humorísticas de estructuras más perfeccionadas aunque sin que se atenuara la dureza de las críticas. 
Las de vida más larga fueron La Alborada editada en l896 que duró ocho años, Caras y Caretas en su edición inicial uruguaya que estuvo siete años en circulación hasta que en l897 pasó a Buenos Aires, La Semana que comenzó a editarse en 1910, La Mosca, un semanario aparecido en l89l que duró veinticinco años y en especial El negro Timoteo que tuvo cuatro épocas, reinó durante un cuarto de siglo y sigue siendo un prodigio de creatividad, calidad de sus ilustraciones y agudeza de sus dardos. Entre otros títulos menores como El Charlatán , El Látigo, El Rebenque, Juan Copete pueden recordarse además periódicos satíricos que utilizaron un nombre común al parecer de mucho efecto: La cotorrita liberal (l898), La cotorrita del Plata (igual año) La cotorrita oriental (igual año) La cotorrita uruguaya (igual año), La cotorrita moderna (l9l0) y El Cotorrón (l883). Por alguna razón que más vale no analizar muy a fondo, el nombre de la popular ave destructora de los maizales provocaba en los lectores, que en su mayoría probablemente fueran del sexo masculino, una formidable atracción.
Durante el primer tercio de este siglo, aunque la aparición de los semanarios humorísticos comenzó a decaer, su dependencia de los vaivenes políticos fue todavía mayor. Así como el ya mencionado La Mosca se definía como"órgano opositor a Batlle" , el periódico El Gran Bonete aparecido en l9l8 expresaba con orgullo debajo de su título que era "antipolítico" mientras Salpicón dirigido en l9l0 por el anarquista Leoncio Lasso de la Vega aclaraba su condición de "semanario anticlerical." Por su parte El Tábano manifestaba su intención de vivir "mientras exista el caciquerismo." 
En l932, el dibujante Mario Radaelli sacó prácticamente a pulmón un semanario tabloide de doce páginas llamado El Gato en el que aprovechaba los desconciertos de un país que iba derecho a la dictadura de Gabriel Terra, pero ni su unión comercial con radio Carve lo salvó de la bancarrota. Al estallar la guerra en l939, el éxito de una audición radial antifascista denominada La línea Maginot determinó la aventura de un semanario con el mismo nombre que salió al año siguiente en dos formatos diferentes y bajo la dirección de Juan Carlos Petrus, César M. Rappalini, Juan E. Candau (los tres redactores del diario "El Plata") y Juan José Díaz. Más duró la guerra que su aparición continua. Lo siguió Peloduro en l943, una revista dirigida por Julio E. Suárez y escrita por un selecto plantel que integraban entre otros Serafín J. García, Wilfredo Jiménez, Alberto Etchepare, Arthur N. García (Wimpi ), Alfredo Mario Ferreiro, Julio César Puppo y Dionisio A. Vera. 
Cerrada y vuelta a aparecer en varias oportunidades, volvió a salir en 1963 con otro elenco, otro formato y otra filosofía humorística aunque esta vez su vida fue corta. Participaron en esta segunda parte (pero no fueron los únicos), Mauricio Rosencoff, Elina Berro, Jorge Sclavo, Carlos Núñez, Daniel Waksman, Alberto Etchepare, Julio Rosiello, Julio César Puppo ( El Hachero ) y Mario Benedetti. El vacío provocado por uno de los cierres de Peloduro fue llenado en l954 por El Tero Imprudente, un semanario en formato grande dirigido por Alberto Etchepare con la colaboración de algunos integrantes del staff de su antecesora. Duró con intermitencias hasta l956.
 A fines de ese mismo año salió La Gaceta Sideral bajo la égida de Francisco Amaral y Luis Blanco (Blankito ) un semanario donde escribía Carlos María Gutiérrez y dibujaban Hermenegildo Sábat, José Rivera y José Mariño. Luego de su desaparición, se editó Lunes en l957, dirigida por el dibujante Raúl Martínez y el autor de esta nota. En esta revista irrumpió un núcleo de gente nueva, fundamentalmente los directores mencionados, los hermanos Jorge y Daniel Scheck, Carlos María Gutiérrez, Aquiles Fabregat, Daniel Wacksman, Carlos Núñez, Gustavo Adolfo Ruegger y Justino Rivero y los dibujantes Hermenegildo Sábat, José Lupinacci, Alberto Monteagudo, Omar Abella, José Mariño y en su última etapa, Luis Blanco. Lunes, continuadora de una página del mismo nombre que aparecía el primer día de cada semana en el diario El País, comenzó planteando un estilo de humor más picaresco, aunque eso no le impidió politizarse igual que sus antecesoras y continuadoras. En el año 68, a impulsos de la creciente radicalización social y política salió Misia Dura, primero como semanario, luego como suplemento del diario El Popular. La dirigió Jorge Sclavo y participaron del intento nombres de gran notoriedad posterior como Julio César Castro, Mario Levrero, Julio Rosiello, Francisco Graells y Juan Capagorry. El quiebre institucional iniciado en l973 no arredró a los cultivadores de humorismo gráfico y escrito. Ese mismo año salieron los siete únicos números de la revista La Bocha dirigida por Luis Blanco ( Blankito ) y Francisco Graells ( Pancho ) y dos años después los cuatro del semanario La Pipeta, responsabilidad de J.C. Rodríguez Castro. 
En ambas se notó la presencia de algún veterano del humorismo como Roberto Barry y figuras nuevas como Horacio Buscaglia, Alfredo de la Peña, Cheché González, y los dibujantes Gaucher, Bocha González, Néstor Silva, De Rosa y Tabaré Gómez. Dadas las circunstancias, ambos órganos practicaron un humor políticamente aséptico pero eso tampoco impidió su cierre por razones económicas. Otras intenciones, disimuladas pero con claves claramente entendibles, tuvo la revista "El Dedo" dirigida por Antonio Dabezies y cuyo logotipo identificatorio fue dibujado por Fermín Hontou, que en l982 intentó abrir una brecha en la dictadura. Caminando por el borde de la cornisa, tuvo una respuesta tan formidable que su sexto número había trepado hasta los 44.000 ejemplares, un tiraje muy difícil de superar al cual no había llegado ninguna otra revista nacional. Probablemente esa penetración haya pesado tanto como sus posicionamientos críticos para la resolución que ordenó su clausura. Vale la pena hablar un poco de ésta, para situar a los lectores que no vivieron esa época en el aire malsano que se respiraba en 1976. Cuando se aprestaba a salir el ejemplar número 8 con un tiraje solicitado de 52.000 ejemplares, prácticamente una revolución periodística, el Poder Ejecutivo con la firma del Presidente de facto general Gregorio Alvarez y el Ministro del Interior general Yamandú Trinidad, envió un comunicado al Ministerio de Cultura para que su oficina jurídica informara si la revista incurría en el delito de pornografía. Los motivos que se argumentaban estaban señalados con unos redondeles rojos en la revista que acompañaba la solicitud: señalaban un dibujo de un preservativo en la playa, una foto de unas zanahorias cuyos brotes parecían taparse los sexos y las palabras ovario y trompas de Falopio. 
También se mencionó el enojo del intendente Rachetti por un aviso en broma de una página promocionando la película uruguaya El asqueroso mundo submarino, que satirizaba le suciedad de nuestras playas y de cuyo facsímil ADEOM realizó cientos de fotocopias que inundaron la intendencia. Los abogados del Ministerio de Cultura informaron que la revista El Dedo no incurría en delito de pornografia, pero las autoridades que por algo lo eran, opinaron lo contrario y la clausuraron. Un año después, ya en los finales de la dictadura, apareció Guambia bajo la dirección inicial de Nelson Caula y con el mismo staff de El Dedo pero sin que al principio se dieran a conocer sus nombres para evitar rozamientos con el régimen. Más de quince años después esta revista dejó de salir como tal y últimamente ha reaparecido como suplemento del diario Ultimas Noticias. Por ella han pasado las figuras más destacadas del humorismo nacional contemporáneo.
Eso en lo referente al humorismo en revistas y periódicos. ¿Pero quiénes vinieron detrás de Francisco Acuña de Figueroa en la literatura nacional? Pocos son los escritores que no lo han practicado y menos aún los que se han atrevido a hacerlo a cara descubierta. Como si el humorismo fuera una forma degradada de la literatura, nunca ha sido abordado frontalmente aunque sí se ha hecho en forma de crónica periódica y bajo seudónimos. Salvo el poeta Alfredo Mario Ferreiro ("El hombre que se comió un autobús" , l927) o Javier de Viana en sus libros de cuentos a partir de "Macachines" , l9l0 o José Monegal ("Doce cuentos" , l963) otros autores, cultores casi todos de la narrativa criolla, han preferido utilizar el humorismo pero sólo dejándolo caer en pequeñas salpicaduras como para hacer más sabroso al relato y sin comprometer demasiado sus apellidos. En esa situación se encuentran Yamandú Rodríguez, Juan José Morosoli, Francisco Espínola, Felisberto Hernandez, Julio C. Da Rosa o Luis Castelli, seudónimo que ocultaba al profesor Domingo Bordoli. Otros escritores han optado por volcar su humorismo en las crónicas cotidianas o las notas costumbristas de diarios y periódicos y siempre amparados por un seudónimo. Los más notorios: Mario Benedetti (Damocles ) Juan Carlos Onetti ( Periquito el aguador ), Serafín J. García ( Simplicio Bobadilla ) Arthur N. García (Wimpi ), Carlos Denis Molina ( Martín Pescador ), Julio César Puppo ( El Hachero ), Carlos Maggi ( Roque Luis Borges, Marco Polo ), Isidro Más de Ayala ( Fidel González ), Horacio Arturo Ferrer ( Fray Milonga ), Omar Prego ( Bembolio ) y Manuel Flores Mora ( Salvaje ). Queda abierto el paraguas porque la memoria del autor de esta nota es débil y los riesgos de olvido muchos.
No estaría completa esta síntesis del humorismo nacional si no se incursionara por medios de vida más corta como la radio, sobre todo en sus primeros veinte años, la televisión o aún el carnaval. Pero eso obligaría a otras tantas páginas y a un reseñador más próximo a estas actividades. Si se hace referencia a la radio no se puede evitar mencionar muy brevemente a Juan Carlos Mareco (Pinocho ) ni a Chelita Linares (La Chimba ) ambos con libretos de Wimpi, ni a Jebele Sand (Marieta Caramba ) cuyo autor era Julio E. Suárez, Peloduro ni a Roberto Barry (El Comisario de Cerro Mocho ) con guiones del mismo autor ni a Los Risatómicos y La pensión 64, cuyos libretos interpretados por Jorge Cazet y Antonio Ceti, fueron hechos sucesivamente por Julio Suárez, Carlos Maggi, Carlos Denis Molina y el autor de este trabajo. Sería también imperdonable pasar por alto a El Mariachi 45, escrito por Julio N. Olivera y Raúl Barbero, para el lucimiento de Roberto Barry, a El Peluquero Florentino Martínez, tambien escrito por Wimpi, a Casimiro Parola, libretado por Mario Rivero e interpretado por Julio Puente, a Adolfo Oldoine que bajo el seudónimo Old, escribía Los Paredes, un hogar como el de ustedes, y a tantos otros humoristas volcados a la radio que como Orlando Aldama ( Pedro Malasartes ), Manuel Flores Mora, Paco Amaral, Bobby Pimentel, Jorge Sclavo y Silvia Guerrico fueron parte central de las audiciones radiales de las décadas de los años cuarenta y cincuenta. 
Y ya ingresados en la era de la televisión es necesario hacer justicia con los desaparecidos Jaujarana, Decalegrón y Plop y fundamentalmente, con aquel fantástico Telecataplúm creado por Jorge y Daniel Scheck que revolucionó la televisión acá y en Buenos Aires en la década del sesenta. Primero con un elenco y luego con otro absolutamente diferente pero siempre exitoso, Telecataplúm ha sido el más claro ejemplo de que con talento y esfuerzo el humorismo puede sacudirse de los golpes bajos de la grosería y el chiste de casi inevitable referencia sexual. Otro ejemplo destacable en este sentido es el de Leo Maslíah, autor de novelas humorísticas, cronista y cantautor de fama arraigada, aunque generalmente fuera de los circuitos radiales y televisivos.
Lo que antecede no ha sido una historia, ni una reseña sino apenas un repaso para curiosos o para olvidados. Si alguien queda por el camino involuntariamente, deberá tomarlo con humor.