Al Rojo Vivo
Sigo recordando la década del 60 del siglo pasado, cuando hacía poco que trabajaba en El Día. Una noche, Rivera me preguntó si yo tendría ganas de ilustrar notas policiales, porque él tenía mucho trabajo y quería largar ese otro. Por supuesto que quería. La dueña de la pensión no permitía un día de atraso a los que desde el interior (casi todos) ocupábamos sus vetustas piezas de altos techos, sin ventanas. Cualquier moneda servía.
El trabajo era ilustrar situaciones policiales ocurridas en la semana o a veces en el pasado y era resuelta en aguada porque se imprimía en huecograbado, en las máquinas que tenía El Día. Se publicarían en una revista dedicada al tema que fue muy “famosa” durante los pocos años que salió a a venta: se llamó “Al Rojo Vivo” y era dirigida por Antonio García Pintos y Luís Sciappapietra . Como García Pintos era cronista de policiales del diario, esa misma noche lo encaré y me ofrecí para colaborar con su publicación. Le hice ver alguno de mis trabajos y me dijo que fuera al día siguiente a la oficina donde se hacía la revista, en 18 de Julio, al lado de Casa de Galicia, en un tercer piso.
La “redacción” era una especie de cuarto con una pequeña ventana. A un costado el diagramador estaba diseñando la revista y los dos o tres presentes de pié, fumaban y hablaban de un caso policial ocurrido en la semana. Pregunté por García Pintos y me dijeron que no tardaría en llegar…
Casi una hora después llegó con su cuota alcohólica (además era un empedernido fumador lo que lo llevó tempranamente a la tumba), lo saludé y me presentó a los presentes como el dibujante que desde ese día iba a suplantar a “Riverita”.
Tomó la planilla de la revista y me habló de un hecho policial. Ese era el tema a ilustrar.
Salí bastante desnorteado porque no tenía idea cómo vestía la policía ni que armas usaba en esa época. No estaba en mi atención mirar policías. Pero cuando me puse a dibujar me dí cuenta que no sabía dibujar una de esas enormes gorras que usaban. Acudí a mis amigos de pensión, pero como no eran dibujantes, con sus explicaciones me confundían más. Hasta que a uno se le ocurrió decir por qué no iba hasta San José y Yí a echar un vistazo.
Haciéndome el turista, pasé varias veces frente a la jefatura mirando de soslayo los policías parados en la puerta, tratando de registrar y grabar sus uniformes, hasta que creí que ya lo tenía todo en mi mente.
Volví al cuarto de pensión y me puse a bocetar lo que había visto. La mente me jugó sucio y no tomó todos los detalles que yo quería poner en el dibujo, así que inventé algo para que luego con la aguada por arriba, pasase desapercibido.
Como el espacio era reducido: éramos tres viviendo en un cuarto de unos cinco por tres metros, mi “tablero” era una mesita de luz donde había colocado una carpeta de dibujo, cuyo cartón duro me servía como base para dibujar. Este mismo sistema lo empleaba en Buenos Aires, cuando paraba en algún hotel y mi estimado amigo Umpiérrez también, según me lo confesó en una amena charla…
El dibujo debía terminarlo a lápiz y luego con la tinta aguada, “pintarlo” intentando darle un “realismo fotográfico”, aun me faltaba mucho para lograr ese efecto y el dibujo lo vi muy duro, pero no me podía darme el lujo de hacerlo de nuevo.
A mis amigos les gustó aunque le sacaron defectos del uniforme policial, cosa que corregí. (Varias veces los utilicé a ellos como mis modelos para aquellos dibujos de Al Rojo Vivo)
Al otro día llevé la ilustración. La miraron mientras yo les escrutaba el rostro, pero no ví nada que me desilusionara. Entonces me animé a preguntar cuando y cuánto pagaban. Me dijeron que se pagaba viernes por medio a eso de las 4 de la tarde. Y cada dibujo eran unos 30 pesos (no recuerdo muy bien este dato), pero quedé fijo, aunque nunca aparecí en el staff. Como la revista estaba llena de sangre, creo que fue lo mejor.
¡Marche un identikit para una revista sensacionalista!
A veces, Antonio García Pintos me llamaba a la pensión por teléfono, ya fuera para pasarme un tema a dibujar o como aquella mañana que me dijo:
-Venite hasta el bar xx, en el Cerrito de la Victoria. Tenés que hacer un identikit…¿sabés hacerlo?
Le dije que sí, pero en mi vida había hecho uno. Lo que sabía era por las novelas o el cine, pero en esos días yo estaba pronto para hacer cualquier dibujo que me pidieran y pagaran…Así que fui al bar donde el dire ya se había desayunado con grapa o caña y fumaba como una chimenea, mientras garabateaba lo que supongo sería la nota que iba a hacer para la revista o el diario.Lo recuerdo escribiendo con pasión, moviendo la cabeza, como si escribiera música. Lo mismo hacía en el diario: siempre llegaba muy tarde, diciendo que venía de jefatura, pero todos sabían que su "jefatura" estaba en el boliche por Yí sí, pero entre 18 y Colonia.
-Tenemos tiempo. Tomate algo…
Acepté un café cortado con un croissant y al terminar salimos rumbo a un baldío cerca de allí. En el camino me dijo que habían violado a una muchacha con el síndrome de down y que la madre sabía quien era el violador, pero la policía no le hacía caso, por eso recurrió a la revista. Antonio le decía que iba a ser una nota principal y si yo la pegaba con el retrato hablado, iría hasta en tapa.
Acepté un café cortado con un croissant y al terminar salimos rumbo a un baldío cerca de allí. En el camino me dijo que habían violado a una muchacha con el síndrome de down y que la madre sabía quien era el violador, pero la policía no le hacía caso, por eso recurrió a la revista. Antonio le decía que iba a ser una nota principal y si yo la pegaba con el retrato hablado, iría hasta en tapa.
En un baldío habia una casa semiderrumbada, sin techos, solo los tirantes quedaban como mudos testigos de un viejo caserón. El pasto era tan alto que me llegaba a la mitad de mi cuerpo. En una esquina del interior de la casa, había una casilla de cartón, latas y otros elementos, que era donde vivía esa pobre gente.
Luego de llamar Antonio con un golpe de manos , apareció una señora retacona, medio achinada con su hija, también fueron apareciendo otros chicos hermanos de ésta que era casi de la altura de su madre y rechoncha, con la característica de la deficiencia. Tragué saliva y me acomodé como pude- había llevado un block de dibujo chico y un lápiz. Antonio le empezó a hablar despacio, para que fuera contando las características del tipo violador, pero la pobre muchacha no decía nada y agachaba la cabeza. Fue la madre que dio los datos como si hubiera sido ella la violada. La chica le había contado a ella cómo era el individuo y además tenía mucha vergüenza de dos desconocidos que le estaban haciendo preguntas.
Boceté una cara, más de personaje de historieta que de identikit, porque no me daba datos justos, como color de ojos, si tenía piel oscura o blanca, si era alto o bajo y demás información como para hacer un dibujo que se le pareciera. Cuando lo terminé, Antonio se lo mostró a la chica y ésta hizo un ademán con la cabeza, no sé si afirmando o negando, pero como nos teníamos que ir, se terminó la entrevista. Ví cuando Antonio le daba algo de dinero a la madre.
El “identikit” salió en medio de la revista con una de las notas extraordinarias que escribía aquél curtido periodista, y además un detalle en tapa. No me acuerdo si lo agarraron, si el dibujo sirvió para algo, pero ese día debuté con una ilustración que nunca pensé iba a realizar.
Pánico escénico
Aquella noche yo estaba en la mesa de dibujo en El Día haciendo el dibujoque iba en la tapa del diario, cuando me llama Antonio que llegaba.
-¡Gezzio, mañana andá a Canal 10 a eso de las 11 y 30 de la mañana! ¡Me contrataron para escribir un ciclo y vos tenés que hacer los retratos! Se va a llamar “Retratos al carbón” y mientras la locutora lee la historia que voy a escribir ahora, vos dibujás el retrato de la persona, vamos a empezar con Artigas…Allá te explicarán todo.
Quedé pasmado. Dibujar en la tele. Estoy refiriéndome a 1967 o 68. Ni en la pensión donde vivía tenían una tele. Y todavía era en blanco y negro.
Después que salí del diario- a medianoche- me fui hasta mi cuarto a buscar algun dibujo de Artigas para tenerlo listo. Encontré el clásico de Blanes.
Al otro día, con los nervios de punta –siempre he tenido que luchar con ellos y mi estómago cuando enfrento a situaciones fuera de lo común- llegué al canal donde me pararon en la puerta.
-¿Gezzio? No, Ud. No está anotado acá- me dijo una secretaria que oficiaba de portera detrás de un escritorio, mientras miraba una lista mecnografiada.- ¿Y para qué era?
Le expliqué que Antonio García Pintos me había llamado la noche anterior para dibujar en un programa del mediodía…
-¡Ah, a García Pintos sí lo tengo! Está adentro. – y señalándome una puerta con una luz encendida continuó: Cuando se apague esa luz roja, puede entrar…
El galpón devenido en estudio de televisión apabulló la poca autoestima que me quedaba. A lo oscuro descubrí a Antonio lo que me tranquilizó un poco.
-¿Trajiste el dibujo?
Traje uno de Blanes. Lo copio de ese…
-¡No entendiste nada! ¡Tenés que dibujar como si lo hicieras vos y con una carbonilla! ¿Tenés papel blanco por lo menos?
Sí, eso lo traje…un block, y tengo un lápiz blando.
Antonio llamó a un tipo muy nervioso de gruesos lentes y con la cabellera ensortijada como quieriendo volar- después supe que era el director del programa y le dijo algo al oído…Allí todos hablaban bajo, estaba en el aire otro programa.
Entonces el hombre me llamó y me llevó a un rincón del amplio estudio, donde había una mesa alta, parecida a las de dibujo, sacó las cosas que llenaban la tabla y me dio las pautas que debía seguir:
-Tiene que hacer en la hoja en blanco un dibujo a lápiz, pero suave, que lo vea solo Ud. La cámara no lo “verá” y cuando le indique Ud. Empieza a refilar el dibujo como si lo estuviera dibujando al aire. ¿Entendió?
El retrato de Artigas ya lo había hecho muchas veces para el Día de los Niños, así que saqué el parecido rápidamente, cuando apareció de nuevo el director con una carbonilla, diciéndome que utilizara esa para dibujar.
El programa que estaban dando finalizó, así que los utileros corrían de un lado para otro armando la escenografía del próximo, donde yo debutaría con “Retratos al Carbón”. El programa se llamaba “La Puerta del Sol”, conducido por Del Valle, con locución de Cristina Morán, que se me acercó a preguntar cómo se pronunciaba mi apellido ¿Gezzio con G o con Y? ¡Con Ye, le dije?
Me colocaron una mesita de dibujo pero sin silla, tenía que dibujar parado. Puse la hoja y apronté la carbonilla y sentí ¡Acción!
Yo estaba más duro que rulo de estatua. No podía dibujar y para colmo enfrente a mí , agachado el director con los pelos parados, me hacía señas que empezara a dibujar. Ahí espabilé, comencé a sentir la voz melodiosa de Cristina, leyendo la historia sobre Artigas que había escrito Antonio. Me habían dicho que todo duraría unos tres minutos, pero el pánico que tenía me llevó a terminar en segundos el dibujo. Tenía una cámara por sobre mi hombro derecho que me filmaba y una voz que me decía: ¡Siga, siga dibujando!
Repasé el dibujo y lo llené de rayas hasta que ¡por fin!, la Morán se calló. De algun lado brotó una música y las cámaras se deslizaron hacia un falso living para la entrevista del día.
Salí de allí como si hubiese estado en un baño turco y me fui a la pensión. Me acosté y me dormí una larga siesta.
A la noche esperaba que García Pintos me dijera que ya estaba todo terminado. Se me acercó a mi mesa cuando llegó y me dijo:- Estuviste fenómeno y les gustó lo que escribí. Vamos una vez por semana y te van a pagar unos 300 pesos por dibujo…
No lo podía creer. Eso era mucho dinero para aquél año. El próximo dibujo fue un retrato de Clemente Estable. Me tomé mi tiempo y terminé el dibujo junto con la locutora. El director se me acercó y dándome la mano, dijo: -¡Muy bien! ¡Entendió los tiempos de la televisión! ¡Lo felicito!
Duró una temporada o sea un año. Me pagaron religiosamente semana a semana y fue una experiencia inimaginada para un dibujante que quería hacer tiras cómicas…
El escultor de la Patria
Pero no puedo dejar pasar otra anécdota que tuve justo un primero de mayo que a pesar de ser feriado, la programación no se cambió y debí ir a hacer mi retrato al carbón. Mientras esperaba, sentado detrás de las cámaras, llegó un señor muy mayor que se sentó a mi lado y enseguida me empezó a hablar muy amablemente .Cuando le dije que yo era dibujante, me contestó que a él le gustaba mucho el dibujo y que cuando podía lo hacía para despuntar el vicio.
Reconozco mi ignorancia en aquellos años de los uruguayos destacados. Nacido en el interior, había vivido en Buenos Aires y conocía más los dibujantes de allá que los de acá, así que no sabía con quién estaba hablando. Pensé que sería un político a quien le harían la entrevista. Él bromeaba con que nos hacían trabajar un primero de mayo y que mejor estaría en su taller…Como siempre soy de pocas palabras y me cierro ante un extraño, la conversación no prosperó. Y me tocó el turno de dibujar. Después que terminé, se me acercó, me dio la mano y me dijo: -Lo hizo muy bien…¿Usa un dibujo suave de base, verdad?
Entonces por los parlantes escuché la voz de Cristina Morán anunciando al invitado del día: …”¡y con nosotros, hoy tenemos la presencia del gran artista José Luís Zorrilla de San Martín!...”
-